miércoles, 15 de julio de 2015

Cruce de palabras

El Café del Mercado, centenario e impermeable a los cambios, era un sitio amplio. Situado en una esquina de la Plaza de los arrumacos tenía dos fachadas de grandes ventanas cuadriculadas y una entrada de doble puerta que invitaba a pasar. Una planta rectangular casi perfecta, techos altos con lámparas sin alardes, suelo de tarima recia con los restos de la batalla del desayuno, mesas de forja y la vieja barra de madera con encimera de mármol que siempre tenía visitantes acoplados como gárgolas. Un café clásico de los de tertulia y personajes propios.

Esa mañana entró como cada día con su andar pausado, su aspecto desaliñado pero pulcro y su periódico bajo el brazo dispuesto a echar un rato en su rincón. Respondió a los buenos días con un gesto y esa media sonrisa que parecía una mueca. Alzó la mano para pedir el primer café, puso la chaqueta en el respaldo de la silla, se sentó y colocó el periódico sobre la mesa. Nadie le había oído nunca hablar.

“Llega el final de una etapa”, rezaba el titular principal de la portada. Se concentró en la lectura tranquila y minuciosa del diario. Las hojas pasaban lentamente. Hacía esa pausa con la página en alto para terminar con las últimas palabras del artículo, le parecía una descortesía dejarlas sin leer.

“No se puede vivir de recuerdos” decía en la sección local uno de los nuevos cargos electos. El titular llamó su atención, él tenía muchos en la mochila. Todas las cosas que había vivido le acompañaban. En otro tiempo contaba anécdotas, pequeñas vivencias maquilladas por el paso de los años que relataba con ese cinismo del que sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Una tras otra las páginas iban pasando. Levantó la cara del periódico y miró a la barra para hacerle una seña al camarero. Poco después saboreaba su segundo café, el que marcaba el inicio del crucigrama. Sacó su Parker Vector de color negro, ese bolígrafo había completado tantos crucigramas que parecía que en lugar de estar cargado de tinta, lo estuviera de palabras.

“3 horizontal: Nombre de mujer que rima con tu buen humor… “. Seis letras… LEONOR

“5 horizontal: Tercer mes del antiguo calendario romano…”. Cuatro letras… MAYO.

Se quedó mirando al vacío un rato mientras daba otro sorbo al café. Esas dos palabras habían activado en su memoria muchos momentos felices. Al poco de casarse fueron a vivir a Madrid. Su cuñado le había conseguido un trabajo que le permitía alquilar una habitación y vivir con cierta dignidad. En aquel entonces vivir era más fácil, no se planteaban retos a largo plazo, se vivía un poco al día. A cada sorbo de café seguía un pasaje de sus vivencias, pensó que parecía que hubiera olvidado los malos recuerdos, que había sido siempre feliz hasta que… Se le ensombreció la mirada, dejó la taza y volvió al crucigrama.

“7 vertical: Donde se cruzan Santiago con la plata…” Siete letras… ASTORGA

“9 vertical: Flores revolucionarias…” Ocho letras… CLAVELES

Malditas palabras, pensó para sí. Él, que había vivido de ellas, con ellas… y ahora le estaban haciendo viajar a momentos que creía superados. Otra vez la mirada perdida, esta vez, los sorbos del café eran cada vez más amargos. En Astorga terminó su vida laboral, fue su último trabajo antes de jubilarse. Aunque nunca dejó de resolver crucigramas. Le mantenía vivo retarse a sí mismo buscando una definición original, un giro distinto. Pero aquel 25 de abril no fue capaz de hacerlo. Leonor murió y se llevó consigo todas sus palabras. Nunca volvió a usarlas, prefirió buscar su esencia a través de las definiciones. Pidió el tercero, quería prolongar el sabor de esos recuerdos.

El ruido de la puerta le hizo levantar la cabeza. Un vestido discreto y elegante envolvía los movimientos de aquella mujer cuya mirada se clavó en la mesa del hombre del periódico. No dejó de observarla hasta que llegó junto a él.

-¿Puedo sentarme?- dijo con voz dulce. Él asintió con la cabeza.

-¿Ya es la hora?- Preguntó.

-Sí.

-Termino el crucigrama y nos vamos.

Aquellas palabras resonaron en el café, no habían oído nunca su voz. Estaban perplejos, no entendían nada, ¿a quién hablaba?… Se miraban unos a otros preguntándose qué estaba pasando, pero nadie se atrevía a contestarle.

Cerró el periódico, apuró el tercer café y dejó unas monedas sobre la mesa. Se levantó y se puso la chaqueta que había dejado sobre el respaldo del asiento. Con su andar pausado se dirigió hacia la puerta, se despidió con su media sonrisa y un gesto con la cabeza. Abrió la puerta como si dejara pasar a alguien delante de él, -Usted primero, dijo. Y se marchó.

Al día siguiente, sobre el mármol de aquella mesa de forja en la que sólo se sentaba él cada mañana, un periódico abierto, tres claveles y una taza de café que nunca se tomará. Todos sabían que nunca volvería.

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