martes, 19 de mayo de 2015

Carta del subconsciente

Cuatro y cuarto de la mañana camino del aeropuerto. Vas de tal manera que parece que fueras por un pasillo que se va abriendo a cada paso que das y que está formado por gente que jalea tu situación, que se ríe y te insulta. No hay nada personal en sus gestos o sus palabras es sólo una forma de desahogo.

Hay pocas cosas más desagradables que hacer algo que no quieres hacer. Y es aún peor cuando ni siquiera puedo darte una razón absurda que justifique por qué lo haces. Crees encontrar consuelo en que otras personas no tienen tanta suerte, que están o han estado mucho peor, aunque en realidad, te importa una mierda lo que les pase a los demás. Al fin y al cabo siempre has sido un egoísta convencido.

Te ves a ti mismo en un juicio sumarísimo en el que se te acusa de crímenes contra la propia dignidad. Intentas construir un alegato para ese juicio imaginario, en el que tú mismo eres juez, fiscal y defensa, que reduzca una pena capital a un simple dar pena. Al fin y al cabo, es tan fácil perdonarse a uno mismo.

Llegas a tener tan bajo el concepto de ti mismo que hasta yo mismo me veo obligado a cogerte de la pechera y pegando mi cara a la tuya decirte con rabia: "¡Tío, o espabilas o me voy a otro consciente que no sea tan pringao! Pero tú te encoges de hombros y pones esa cara que no acierto a decir si es de derrota o de resignación. Y es que es muy triste que hasta tu subconsciente piense que eres un pringao. Es más, tu conciencia me ha dicho que desde hace un tiempo te ha retirado la palabra.

Así que, cargado de maletas y vacío de sueños, esperas el vuelo que te lleve a ese patíbulo, cuyo verdugo, el amor propio, te colgará de la cuerda de las circunstancias. Las circunstancias ¿eh? qué hijas de puta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario