jueves, 27 de junio de 2013

Cuenta la leyenda...

En la esquina de un local casi vacío, con la mirada dispersa, reposando la cabeza sobre la mano y con el amargor del último sorbo de café en la boca, cayó en sus pensamientos sin darse cuenta. 
Ya dentro de sí, descubrió un mundo de cosas que ni siquiera sabía que estuvieran ahí. Todo parecía desordenado, sin lógica. El orden al que estaba acostumbrada de ojos para afuera no se reflejaba ni por asomo en aquel fantástico cajón de sastre. Un hilo conductor le guiaba en su paseo visitando las distintas estancias donde se conservaban sus recuerdos y se iba puliendo su forma de pensar, de hacer, de vivir.
Al terminar el recorrido decidió que había que organizar todo aquello, que no podía permitirse tal desorden, que nunca iba a poder encontrar un recuerdo o un dato que necesitara. Se puso manos a la obra con muchas ganas, pero pronto se dio cuenta que la tarea iba a ser muy dura, tanto que posiblemente no iba a terminarla en un día, ni siquiera en una semana, quizá en una vida.
Se relajó y se sentó a mirar. En ese momento todo empezó a moverse con cierta cadencia, con cierto sentido, cada elemento tenía un sitio, las convicciones, las opiniones, los recuerdos, los retales de recuerdos, las líneas de pensamiento que parecían rotas... todo.
...
¡Bip, bip!... Un nuevo mensaje llega al móvil... Vuelve a su realidad, a su pequeño cerebro de apenas 75 cm2 donde cabe todo, agenda, amigos, contactos, fotos, mensajes de aquí y de allá, todo perfectamente ordenado. O quizá no. En su cabeza ya no hay ni cadencia ni ritmo, solo un monótono ir y venir.
...
Cuenta la leyenda que un día no había móviles y que las cosas importantes estaban ordenadas y accesibles. Y había tiempo para quedarse  colgado en los propios pensamientos y reflexiones sin esperar respuesta.


(Relato inspirado por @ydeverde... )